Friday, May 10, 2013

Día de Madres

-"Te invito a cenar", le digo a mi madre justo antes de llegar al colegio. No contesta. La observo y noto la lagrima que se escurre por sus enrojecidos cachetes, esquivando las gafas de sol para llegar hasta su labio superior. "Ya qué". Planto un beso en su mejilla, la que no se encuentra invadida por el líquido salado e incomodo que se resbala lentamente por la otra, y salgo de la camioneta de un salto.
-"Nos vemos en la tarde, que tengas buen día", le digo antes de cerrar la puerta para cruzar la angosta calle que me separa de la reja del edificio principal.
Otro día en la escuela. Viernes, por fin. Los maestros y su estrés por los exámenes finales. Ya no soporto esto.
Camino hacia mi salón mientras pienso ¿qué hará ella en estos momentos? Seguramente todo menos pensar en mí. Trazo mi camino entre el asfalto, tan gris como siempre, gris tras el desgasto del furioso sol que sin piedad lo quema durante los largos días de calor en esta ciudad tan desértica. La ciudad, ésta, la repugno, es la peor cárcel que puede recibir una maniática como yo.
Llego al salón, otra vez a escuchar la misma frase con la que me reciben cada mañana:
-"Buenos días solecito, ¿por qué viene tan nublado hoy?"
-"Buenos días Ms. Beeler, ¿puedo pasar?" contesto como siempre con el mismo tono que no hace más que reflejar mi fastidio y cansancio.
"Maldita rutina", pienso con enojo, y la desprecio, la odio con todo mi ser, pero no hago nada por cambiarla. "Qué mediocre eres, Mariana", sigo debatiendo con mis pensamientos.
Veo a mi mejor amiga. La saludo. La abrazo. Le toco las nalgas. Ella a mí.
-"¡Señoritas, vengan para acá inmediatamente!"
Su grito nos interrumpe y aturdidas por el regaño de todos los días, caminamos para recibir lo que ya sabemos. El mismo sermón de siempre. "Estoy tan harta", pienso mientras escucho a medias el discurso de la maestra.
-"Sí Ms. Beeler", contesto en automático porque no sé ni qué dijo.
Lleno el reporte que recibí a causa de mis acciones inapropiadas dentro del aula. Hasta esto me parece ridículo, no puedo creer que escribo un reporte por haberle tocado el trasero a mi mejor amiga. En fin, malditos gringos, así son de raros.
Extraño México, pero no entiendo por qué, si vivo en la frontera y Juárez no está más que a la vuelta de la esquina. Da igual, la cultura así es peor, llena de chicanos, los cuales no soporto. "Tú no soportas a nadie, Mariana". Me avergüenzo después de analizar mi último pensamiento.
El día sigue. RUTINA. Sólo eso.

En el coche, ya con mi madre a mi lado, la tensión sigue siendo la misma desde hace años.
-"¿Ya decidiste a dónde iremos a cenar?" Le pregunto casi indiferente.
-"No se me antoja nada en particular, escoge tú", me dice mientras se concentra en manejar.
-"Pues es tu día, a mí la verdad me da igual".
Después de varias opciones, las mismas de siempre: el restaurante del árabe que tanto le gusta a mi mamá, o el del argentino que es tan amable y pesado a la vez, las múltiples cadenas del país, lugares aburridos llenos siempre de lo mismo; decidimos.
Me siento tan monótona y vacía a veces, hoy, por ejemplo.
"Necesitas a Greta", afirmo mientras llego desesperada a mi cuarto para verla ahí, tan envuelta en su compleja sencillez, esperándome. "Greta, por fin en mis manos". La toco con tanta pasión, lleno mis manos de ella, busco el punto tan placentero que a veces encuentro cuando la toco con tantos sentimientos metidos en el alma, los proyecto todos en ella y ella me entiende. Está viva. Toco Drexler, Fusión. Tantos recuerdos inexistentes en vida pero vivos y tangibles en mi memoria tan perdida.

Pasan casi tres horas. Otra vez en el coche, esta vez camino al restaurante.
Gente en todos lados. Gente.
-"For how many?", me pregunta una voz suave en el idioma que encuentro tan aburrido y seco.
-"Para dos", le contesto insistiendo en remarcar, como siempre, mi nacionalidad y cultura cien por ciento mexicana, no chicana, no pocha, no gringa, no. Mexicana. Me odio por ser tan insistente con estas cosas, llego a caer en lo nefasto.
La mujer nos lleva hasta nuestra mesa. "Qué curvas", pienso mientras la veo andar al poner nuestros menús sobre la mesa.
Otra vez la hipocresía entre las dos. Ya nunca entiendo nada, no a ella, no a mí, no a nosotras. Se ha vuelto cansado pretender tanto. Pero ¿realmente pretendemos? No sé, no sé ni qué somos. Suponemos ser madre e hija pero ¿es así?
Pido la primera bebida en el menú. Para ella San Pellegrino, sería de pésimo gusto pedir una botella de mi vino favorito e ignorar su embarazo de tal manera.
Comienza la platica. "Ay no", de verdad quisiera salir corriendo, encender un cigarro, sentir el aire fresco de la noche afuera, oler la tierra mojada del desierto. Hemos tenido un buen clima el día de hoy. Bah, pero no puedo, aquí sigo, petrificada ante sus ojos verdes y confusos que durante 16 años he intentado comprender, y empiezo a convencerme de que nunca podré.
-"Quiero darte un consejo, Mariana. Y no quiero que lo tomes a mal".
Me lo dice tan tranquila...
-"Dime". Intento no sonar molesta por tener que tocar el tema.
-"Tienes que pensar en tu futuro, en tus propósitos en la vida, en lo que quieres lograr después. Estás muy chica para tomar el tipo de decisiones que quieres tomar en estos momentos. Piensa en qué pasará después, no sólo en lo que quieres ahora, no seas egoísta contigo misma. Sabes muy bien a qué me refiero".
Sé a qué se refiere, es terrible tener que hablar de esto justo ahora.
-"Mamá ya te dije que mi decisión está tomada, me iré con mi papá en cuanto empiece el verano. Tengo que seguir adelante con mi vida y progresar como persona, y sabes muy bien que aquí no lo estoy haciendo, al contrario, han sido tres años perdidos". Sigo intentando sonar lo más tranquila posible, no quiero que se altere. Este siempre es un tema delicado entre nosotras.
-"No lo hagas por mí, hazlo por ti, por lo que quieras, pero quédate, son seis meses más, no te cuesta nada". Me habla como nunca lo había hecho, comprensiva, amorosa, completamente otra.
"¡Seis meses! ¡¿Pero qué le pasa?!" Me exalto, pero no lo demuestro.
-"Ni loca". Le contesto fría y lejana.
Me toma del brazo. No por favor. Siento las lágrimas llenando mis ojos. Tan peligrosas. Que no caigan, por favor, que no caigan.
Cayeron.
Ella me mira con tanta ternura y yo no puedo creerlo, me quedo atónita ante su actitud. ¿Será que realmente has cambiado, mamá?
Me odio por no dejarme llevar, estoy siendo más fuerte de lo necesario. ¡Joder, quiero un cigarro! ¿Y si me olvido de su locura y de la mía? Sólo una vez, sólo hoy, esta noche, y la perdono, nos perdonamos, pero es tanto el daño. Sigo negándome a ella y sus palabras. "Abre tu mente, no te cuesta nada", me ordeno. Pero no puedo. Claro que tengo muchas cosas que perder, mi futuro está en juego.
El silencio nos acompaña mientras comemos la entrada. Me ahogan sus palabras que aún siguen retumbando entre las paredes de mi conciencia. No puedo creer su tono de amabilidad al pronunciar cada letra, el brillo de sus ojos al pensar que en poco menos que un mes ya no tendrá a su niña entre sus brazos. Tanto nos arrepentimos de no haber aprovechado el tiempo juntas. Nunca lo hicimos. Qué lastima.
Seguimos hablando del tema como si fuera una despedida de por vida. Ella sigue argumentando para convencerme de terminar un año más aquí con ella, pero de verdad no puedo. Ya no podemos.
Llega mi salmón y su pasta en salsa de champiñón silvestre. Vaya menú. Delicioso. Las nueces y el couscous que acompañan mi salmón son el toque perfecto para una noche tan pesada.
Sigo evitando su mirada, pero ella me busca.
Peleamos, no tanto, discutimos, sí. Lloré, ella fingió no hacerlo. Recordamos heridas pasadas de discusiones en pleno éxtasis emocional. Pero a pesar de todo, no pude.
-"Mamá, por última vez te lo repito: me iré a vivir con mi papá, entraré al Tec. de Monterrey, te veré los fines de semana, seguirás siendo mi madre siempre, pero tienes que adaptarte a un cambio que tú misma provocaste, me corriste, te perdono, te amo. Después me graduaré, lucharé por lo que quiero, Pamplona, España, todo eso que hoy sueño y mañana haré realidad, pero no me detengas, no lo hagas. Te amo, mamá".
Soy un maldito cliché. Ugh. Pero es lo que ella quiere escuchar, y de cierta forma, lo que yo quiero creer. No, no es cierto, no quiero, pretendo. Estoy loca y quiero disfrutar mi locura, pero eso no se lo diré porque ella es ella y yo soy yo, y no nos entendemos, nunca lo hemos hecho. En lugar de todo eso que se me hace nudo en la garganta a duras penas logro articular,
-"Perdóname. Feliz día de las madres, mamá".

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